Desde
hace un año, por cuestiones de trabajo, visito por lo menos una vez al mes uno
de los ocho asentamientos a los que fueron confinados los Yaquis por jesuitas europeos. Vícam, aunque forma
parte del municipio de Guaymas tiene una relación, comercial y educativa, más
estrecha con el municipio de Cajeme. En
este año me he percatado de problemáticas de salud pública que son evidentes al
caminar las calles terrosas y destrozadas de Vícam, casi ninguna avenida del
pueblo está pavimentada. El alcoholismo en barones jóvenes arroja un panorama
triste sobre uno de los grupos étnicos que más resistencia y valor ha mostrado,
a través de la historia, cuando se trata de defender su territorio y su
cultura. El problema de alcoholismo y drogadicción en grupos étnicos es un mal
endémico que se extiende por todo el país. El abandono institucional, la autorregulación
de leyes, el rezago educativo, la poca
participación en la vida política y cívica de sus estados, la falta de espacios
para la expresión artística y la diversión, entre otros aspectos, mantiene
apartadas a las etnias mexicanas de la vida social, cultural y económica del
país, aislándolos en su territorio y sus historias, a veces, terribles.
En
mi última visita a Vícam platiqué con estudiantes, maestros, padres de familia
y dueños de negocios. Esas charlas tuvieron un común denominador, el Nacho Tablas. Para guardar la identidad
de mis contactos les otorgaré nombres ficticios para citar sus comentarios.
¿Quién
es el Nacho Tablas? Roberto es el
primero en nombrarlo. Beto es un estudiante lleno de energía y palabras, un
espécimen raro en esta zona de Sonora. Él no teme a la grabadora y hace bromas
a la menor provocación. Cuando me comenta sobre el “Licenciado Ignacio Maderas”
creo que todo se trata de una más de sus bromas, o de una leyenda que se cuenta
desde los tiempos antiguos del pueblo. Ni por un momento pienso que la historia
que comienza a esbozar tiene sus raíces en la realidad contemporánea de Vícam.
“Uno de los problemas de los que aquí vivimos es el de un violador. Algunos dicen que cuando
el Nacho era niño su papá lo violaba. En una de esas el don, acá bien loco, le
arrancó el pene a su hijo y fue cuando lo metieron en la cárcel. Dicen que no
duró un mes y allí mismo lo quebraron. Pero el Nacho creció y no sé si quedó
traumado o qué, pero también comenzó con mañoseadas. Ya de grande el Nacho intentó
violar a una niña con un palo.”
En
este momento le pido que pare. Le pregunto si lo que me está contando es una
broma o una leyenda. Volteo a ver, incrédulo, a otros chicos y a una maestra
que está presente. Todos asienten haciéndome ver que aquello es parte de una inverosímil
realidad. Roberto sigue su relato, nunca pierde el tono socarrón y bromista, lo
cual no deja de causar una fuerte impresión a medida que avanza con la
historia: “Después de que intentó violar a una niña al Nacho lo metieron a la
cárcel y pues, ya sabe cómo le va a los violines en el bote, le dieron duro.
Como los presos supieron que intentó violar a la niña con una madera pues le
aplicaron lo mismo que él quería hacer.” En la charla interviene Luis. “Luego que cumplió su condena,
como 10 años, salió todo loco, todo traumado. De eso hace como seis meses. No
sé cómo consiguió una pistola y se fue al monte. Desde entonces baja al pueblo
en las noches o agarra a la gente en el monte y los encañona. Les pide que se
quiten la ropa si no allí mismo se los carga. A mí no me consta pero dicen que
violó con una botella a una niña y a un señor.”
Sigo
sin dar crédito. Les pregunto directamente a dos de los adultos presentes si
esto es real. “Así es, es un problema que estamos teniendo”, apunta Gera, un comerciante que agrega: “y
como ahorita sólo tenemos la ley del pueblo, pues no alcanza para todos”.
La
maestra, María, comenta que desde la
aparición del Nacho Tablas no deja salir a sus hijas después de las siete de la
noche. Tres chicas que están allí confirman la versión que me han dado sobre
este oscuro personaje y aseguran que a ellas tampoco las dejan salir de noche y
menos solas. Una de las chicas, Rosita,
comenta que en Vícam no hay ley. “Antes se veían patrullas pero ya no. El mes
pasado vinieron soldados y federales, creo que hasta la marina, buscando al
Nacho, pero ni sus luces.” Pregunto si alguien ha visto al Nacho Tablas o lo
conoce. Si ha atacado a un familiar o conocido. La maestra responde que a una
vecina de ella que venía de los campos la intentó agarrar pero alcanzó a verlo
de lejos y corrió hasta una casa donde se puso a salvo. Roberto, ya sin el tono
burlón y más serio, se refiere a un
amigo de él que se estaba bañando en un arroyo y al que le salió el Nacho. “Fue
un sábado. Nos estábamos echando unos botes cerca de arroyo y mi amigo dijo que
se daría un chapuzón. Como el carro no entra hasta allá lo esperamos. Regresó
como en media hora agitado, desnudo y pálido. Dijo que vio al Nacho y que éste
le escondió la ropa y después le apuntó con una pistola y le dijo que no se
moviera. Cuando el Nacho comenzó a acercarse, mi amigo salió del arroyo sin
voltear y no paró hasta llegar con nosotros. Rápido nos fuimos de allí.”
Me
doy cuenta que estoy ante el momento fundacional de una leyenda negra de Vícam.
Solamente que ahora es una realidad latente y tan extraña como terrible. Una
realidad que se está viviendo en una de nuestras regiones. Un problema que
seguramente tiene sus correspondencias en otras zonas aisladas de Sonora. La ignorancia y la
indiferencia alejan de los microcosmos que se viven en nuestros pueblos, rancherías y al interior de
las etnias que han ocupado este territorio desde antes que la sangre occidental
se mezclara con la sangre indígena. Pienso que esta historia se me sale de las
manos. Que es digna de un cuento. Pero me
gana el abrumador hálito que veo en los estudiantes. Decido escribir esto de
manera directa. ¿Cuántos Nachos Tablas habrá rondando las poblaciones apartadas
de nuestro conocimiento?
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