Saturday, October 20, 2012

Vícam, la tierra del Nacho Tablas



Desde hace un año, por cuestiones de trabajo, visito por lo menos una vez al mes uno de los ocho asentamientos a los que fueron confinados los Yaquis  por jesuitas europeos. Vícam, aunque forma parte del municipio de Guaymas tiene una relación, comercial y educativa, más estrecha con el municipio de Cajeme.  En este año me he percatado de problemáticas de salud pública que son evidentes al caminar las calles terrosas y destrozadas de Vícam, casi ninguna avenida del pueblo está pavimentada. El alcoholismo en barones jóvenes arroja un panorama triste sobre uno de los grupos étnicos que más resistencia y valor ha mostrado, a través de la historia, cuando se trata de defender su territorio y su cultura. El problema de alcoholismo y drogadicción en grupos étnicos es un mal endémico que se extiende por todo el país. El abandono institucional, la autorregulación de leyes, el rezago educativo,  la poca participación en la vida política y cívica de sus estados, la falta de espacios para la expresión artística y la diversión, entre otros aspectos, mantiene apartadas a las etnias mexicanas de la vida social, cultural y económica del país, aislándolos en su territorio y sus historias, a veces, terribles. 

En mi última visita a Vícam platiqué con estudiantes, maestros, padres de familia y dueños de negocios. Esas charlas tuvieron un común denominador, el Nacho Tablas. Para guardar la identidad de mis contactos les otorgaré nombres ficticios para citar sus comentarios.
¿Quién es el Nacho Tablas? Roberto es el primero en nombrarlo. Beto es un estudiante lleno de energía y palabras, un espécimen raro en esta zona de Sonora. Él no teme a la grabadora y hace bromas a la menor provocación. Cuando me comenta sobre el “Licenciado Ignacio Maderas” creo que todo se trata de una más de sus bromas, o de una leyenda que se cuenta desde los tiempos antiguos del pueblo. Ni por un momento pienso que la historia que comienza a esbozar tiene sus raíces en la realidad contemporánea de Vícam. “Uno de los problemas de los que aquí vivimos es  el de un violador. Algunos dicen que cuando el Nacho era niño su papá lo violaba. En una de esas el don, acá bien loco, le arrancó el pene a su hijo y fue cuando lo metieron en la cárcel. Dicen que no duró un mes y allí mismo lo quebraron. Pero el Nacho creció y no sé si quedó traumado o qué, pero también comenzó con mañoseadas. Ya de grande el Nacho intentó violar a una niña con un palo.”

En este momento le pido que pare. Le pregunto si lo que me está contando es una broma o una leyenda. Volteo a ver, incrédulo, a otros chicos y a una maestra que está presente. Todos asienten haciéndome ver que aquello es parte de una inverosímil realidad. Roberto sigue su relato, nunca pierde el tono socarrón y bromista, lo cual no deja de causar una fuerte impresión a medida que avanza con la historia: “Después de que intentó violar a una niña al Nacho lo metieron a la cárcel y pues, ya sabe cómo le va a los violines en el bote, le dieron duro. Como los presos supieron que intentó violar a la niña con una madera pues le aplicaron lo mismo que él quería hacer.” En la charla interviene Luis. “Luego que cumplió su condena, como 10 años, salió todo loco, todo traumado. De eso hace como seis meses. No sé cómo consiguió una pistola y se fue al monte. Desde entonces baja al pueblo en las noches o agarra a la gente en el monte y los encañona. Les pide que se quiten la ropa si no allí mismo se los carga. A mí no me consta pero dicen que violó con una botella a una niña y a un señor.”

Sigo sin dar crédito. Les pregunto directamente a dos de los adultos presentes si esto es real. “Así es, es un problema que estamos teniendo”, apunta Gera, un comerciante que agrega: “y como ahorita sólo tenemos la ley del pueblo, pues no alcanza para todos”.

La maestra, María, comenta que desde la aparición del Nacho Tablas no deja salir a sus hijas después de las siete de la noche. Tres chicas que están allí confirman la versión que me han dado sobre este oscuro personaje y aseguran que a ellas tampoco las dejan salir de noche y menos solas. Una de las chicas, Rosita, comenta que en Vícam no hay ley. “Antes se veían patrullas pero ya no. El mes pasado vinieron soldados y federales, creo que hasta la marina, buscando al Nacho, pero ni sus luces.” Pregunto si alguien ha visto al Nacho Tablas o lo conoce. Si ha atacado a un familiar o conocido. La maestra responde que a una vecina de ella que venía de los campos la intentó agarrar pero alcanzó a verlo de lejos y corrió hasta una casa donde se puso a salvo. Roberto, ya sin el tono burlón y más serio,  se refiere a un amigo de él que se estaba bañando en un arroyo y al que le salió el Nacho. “Fue un sábado. Nos estábamos echando unos botes cerca de arroyo y mi amigo dijo que se daría un chapuzón. Como el carro no entra hasta allá lo esperamos. Regresó como en media hora agitado, desnudo y pálido. Dijo que vio al Nacho y que éste le escondió la ropa y después le apuntó con una pistola y le dijo que no se moviera. Cuando el Nacho comenzó a acercarse, mi amigo salió del arroyo sin voltear y no paró hasta llegar con nosotros. Rápido nos fuimos de allí.”

Me doy cuenta que estoy ante el momento fundacional de una leyenda negra de Vícam. Solamente que ahora es una realidad latente y tan extraña como terrible. Una realidad que se está viviendo en una de nuestras regiones. Un problema que seguramente tiene sus correspondencias en otras zonas  aisladas de Sonora. La ignorancia y la indiferencia alejan de los microcosmos que se viven en  nuestros pueblos, rancherías y al interior de las etnias que han ocupado este territorio desde antes que la sangre occidental se mezclara con la sangre indígena. Pienso que esta historia se me sale de las manos. Que es digna de un cuento.  Pero me gana el abrumador hálito que veo en los estudiantes. Decido escribir esto de manera directa. ¿Cuántos Nachos Tablas habrá rondando las poblaciones apartadas de nuestro conocimiento?