Toda una pscicosis se
vivió en Hermosillo el pasado 25 de mayo. Y es que la visita de una de las
agrupaciones musicales con más arrastre en el universo Latinoamericano actual, Calle 13, no era para menos. En los
días previos al evento la polémica se armó por la petición de canjear 80 latas
de aluminio por una entrada para ver a los pueltoriqueños. El mismísimo Residente, vocal de la banda, intervino
vía Twitter y sugirió que se canjeara la famosa pulserita por un kilo de arroz o frijol. Luego, el mero día del concierto, que las autoridades reprimen a dos
padres de la guardería ABC por manifestarse en la plaza pública. Acto que sería
repudiado frente a miles de personas por unos músicos que se caracterizan por
apoyar causas sociales.
Desde las 16:00 horas ya se sentía en Hermosillo una alineación de planetas; además de un clima, extrañamente agradable para las fechas, se sabía que casi a la misma hora del concierto de Calle 13 estarían en la plaza Bicentenario los tjuanenses de Nortec. El joven, y no tan joven, que estaba en Hermosillo desde distintas ciudades de Sonora, tenía para elegir entre dos extraordinarias propuestas para ponerle a su reventón un buen ritmo.
Todo dispuesto en una ciudad que generalmente es apática cuando se trata de un evento que no sea la Expogan.
Itinerario
Ya entrados en los
primeros años de la maduréz, en pleno declive de una juventud que nos
esforzamos en extender lo más que se pueda, mis amigos treinteañeros y yo
estamos como chamacos esperando la hora para que “entre el que quiera”, siempre
y cuando tenga su pulserita, al ansiado concierto de Calle 13. Pulseritas que
fueron negocio para muchos pero que en la larguísima fila para entrar al evento
la raza regalaba sin intereses capitales.
Encontrar estacionamiento una aventura, vecinos de la colonia Choyal haciendo su agosto. Un poco de pena, de ese sentimiento que hace que uno se sienta fuera de lugar, al ver los miles de adolescentes con sus atuendos reggaetoneros. Chavas con minis tan pequeñas como su edad, ensayaban pasos que acentuaban sus prematuros y sugerentes cuerpos. Jóvenes rapperos, fresas, rockeros, y no que otro wuarumo, se notaban emocionados.
Concierto
Ya frente al escenario el escándalo sube de intensidad. Para
las 21:10 la multitud espera, ansiosa, que salgan sus íconos. Cada que el ingeniero
de luces hace alguna prueba el alboroto no se hace esperar. Cada que algún
técnico entra al escenario se escucha la exclamación de un público que espera
que esta noche sea una “fiesta de locos.” No podría faltar ese recordatorio que
hace sentir que después de todo los 30s no son tan culeis: en el micrófono una
voz dice: “Raúl González, favor de pasar a la puerta principal, lo espera
su mamá”, un ¡uuuuuuuu! unánime entre risas. El característico olor de la
mariguana y un puñado de personas bebiendo agua y cola .
El conteo para que salga al escenario Calle 13 comienza a las
21:45 e inicia en el 30, 29, 28. Se habla de 15 mil personas pero aquí hay más
de 20 mil. Quizá porque se hicieron miles de pulseritas apócrifas. 20, 19, 18.
Solamente hay dos espacios de las gradas que no están llenos, y eso porque así
se dispuso, cuestiones de seguridad. Desde nuestra perspectiva, a lado derecho
del escenario, los demás rincones del inmueble lucen abarrotados. Miles de
cráneos en movimiento hasta donde alcanza la vista. 5, 4, 3. Salen los músicos
y cargan su instrumento como si cargaran un arma repleta de futuro. “Oye,
Hermosillo”. La exclamación, por fin, explota. La primera rola es “El baile de
los pobres”: “Yo no tengo plata, pero tengo cobre”. Quienes esperaban una banda
conformada por dos personas, Residente y Visitante,
están equivocados. Quienes esperaban reggeaton puro también se llevarán una sorpresa. Esto es más
una fusión rock que recuerda a Mano
Negra. “Musica cachonda, cacacachonda”.
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