Monday, September 12, 2011

Días para el desencanto

Hace unos días impartí, junto al escritor Alfonso López,  un taller sobre narrativas del desencanto. Todos los asistentes fueron personas que hacían algo. Es decir, algo creativo, desde sus respectivos oficios. Fotógrafos, performanecer@s, escritores, educadores y artistas visuales. Amigos, además. 

Preferiría no hacerlo
Iniciamos el taller con el cuento de Herman Melville, Bartleby el escribiente. Esa historia sobre la negación del mundo. Sobre mirar el infinito en una pared blanca. Ese cuento donde el personaje principal, Bartleby, preferiría no hacerlo (independientemente de la acción que tuviera que realizar). Para Bartleby ninguna actividad humana merece la pena ser ejecutada. La neutralidad apabullante, la apatía y banalidad de nuestras sociedades contemporáneas, son elementos anticipados en esta ficción de finales del siglo XIX. 

Pez banana
Después nos adentramos en la hilarante historia de Seymour Glass, Muriel y Sybil. Uno de los mejores cuentos que se hayan escrito, Un día perfecto para el pez banana. J.D. Salinger, su autor, uno de los escritores más enigmáticos. Atacado por el síndrome Bartleby el también creador de El guardián entre el centeno, novela preferida de por los paranoicos, decidió desaparecer de la escena con apenas cinco libros publicados. En un día perfecto… Salinger pronostica a las sociedades hiper consumistas del capitalismo tardío. Zombis triviales que se preocupan por nimiedades; además de presentarnos un personaje atormentado, psíquicamente, por las imágenes de la guerra. La constante, y millonaria, guerra norteamericana. El final de este cuento es quizá el desencanto total. La negación más abrumadora.

Si me necesitas llámame
A inicios de los ochentas un escritor revolucionaba la narrativa. Influenciado por la literatura Rusa de siglos anteriores, Raymond Carver, y su visión caustica de la realidad estadounidense, entregaba una obra demoledora. Una obra donde no hay concesiones ni espacio para la tregua. El hombre ha quedado ante su bastión final, el desasosiego. Es así que en el cuento, Si me necesita llámame, se narra el último intento de una pareja cansada que decide retirarse a una casa de campo para tratar de salvar su matrimonio. Un par de caballos en la niebla y todos los sueños rotos de los protagonistas nos recuerdan el cambio de curso que ha dado nuestra civilización. Un cambio donde instituciones como la familia, la pareja, el amor, el progreso y el otro están al mismo nivel que el dinero, la soledad, la abulia y la conveniencia.  Un excelente cuento que marca el momento en el que comenzamos a divorciarnos y a dejar a nuestros hijos en manos de extraños.

El observador de caracoles
Patricia Highsmith fue conocida como la dama del horror. Los ambientes en sus cuentos son perturbadores y sus personajes extraños y obsesivos.  En El observador de caracoles un hombre decide olvidarse de todo para entregarse a la observación de babazas y cómo éstas hacen el amor. Es un mundo claustrofóbico el que sirve a Highsmith para filtrar la complejidad de la naturaleza humana. Una que, habitualmente, nos entierra en nuestras propias filias.          

El ojo silva
En este cuento del chileno, Roberto Bolaño, se nos narra la historia, tristísima, de un fotógrafo gay. Un  fotógrafo que viaja a la India y se entera de rituales incompresibles donde unos niños son castrados. La historia de cómo el Ojo se hizo mamá nos llevará a comprender a una generación marcada por el autoritarismo y el odio, la generación de los setentas. Una generación que aún sigue huyendo de sus fantasmas.

Pájaros en la boca
A sus 32 años la argentina, Samanta Schweblin, es una de las escritoras más interesantes y sobrecogedoras de la narrativa contemporánea. Su libro de relatos, Pájaros en la boca, es inquietante. En el taller del desencanto discutimos Conservas y Cabezas contra el asfalto.  El primero es una pieza perfecta y estrujante. Un viaje a la semilla y a la negación. La cordura y la sensibilidad humana en tela de juicio son tema del segundo. La ira y la intolerancia del hombre como signos de nuestros tiempos.

Una generación quemada
Los nacidos en los noventas, así como los concebidos en los albores del siglo XXI, son reconocidos como la generación quemada. La generación cuyos padres son personas que ven los fines de semana. Padres comprometidos con sus carreras y ocupaciones. Padres que han dejado la olla hirviendo en la cocina y cuyos hijos, curiosos, se la han derramado en el cuerpo. Hijos marcados por el descuido. Hijos que reciben cheques mensuales en vez de cartas con motivos. Hijos de llamadas telefónicas breves. Resentidos y habitantes de un tiempo profundamente violento.  Esos hijos, esa generación de muchachitos quemados son los que se presentan en Encarnación de una generación quemada, un  genial cuento de David Foster Wallace, el escritor suicida más célebre de los últimos tiempos.

La literatura, se ha dicho hasta el cansancio, es una actividad que sirve para filtrar al mundo. Un mecanismo que se anticipa a la sociología y a la historia. Un buen pretexto para penetrar más en días de desencanto y, en el intento, desaparecer.      

(IBR)

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